Algún tiempo atrás quise tener la fuerza interior de un ratón,
de esos que corren a toda velocidad dejando atrás a sus predadores. Deseaba empuñar
como un sable de luz la poesía, trasportarme hacia algún lugar dentro de mí,
tomarme de la mano y saber volver.
Cuando empecé a escribir no sabía bien que quería hacer, que
pretendía, que era lo que realmente estaba haciendo… toda esa peregrinación de
sentimientos e ideas como ciervos asustados me acompañaron hacia un
lugar desconocido y nuevo. Todo era borroso en mi cabeza, pero aun así,
quería contarlo todo.
Estuve perdido mucho tiempo, caminé con un mapa en la mano,
pero era un mapa ajeno e incorrecto. Tuve que tirarlo y hacer el mío propio, tejerlo
palabra a palabra como si fuese un pulóver que después podría ponerme yo o
cualquier otra persona, cualquiera que lo necesite.
Después de un tiempo todo va mucho mejor. Vivo intermitentemente en el bosque y en la ciudad, me hice amigos de los osos y poco a poco me están revelando sus secretos. Ahora empuño mi Bic y puedo escribir desde la supuesta nada.
No tengo nada que envidiarle a Neal Cassidy ni a Thoreau, yo puedo ver belleza en una
heladera, en un dinosaurio de goma o en siete mocos que juntos forman un moco
mayor. Paso
mis días sorprendiéndome con los días soleados y los días de lluvia, levantando puentes, limpiando caminos, cantando canciones que nunca sonarán en la radio, compartiendo la soledad con los nuevos amigos.