lunes, 14 de abril de 2014

Algún tiempo atrás quise tener la fuerza interior de un ratón, de esos que corren a toda velocidad dejando atrás a sus predadores. Deseaba empuñar como un sable de luz la poesía, trasportarme hacia algún lugar dentro de mí, tomarme de la mano y saber volver.

Cuando empecé a escribir no sabía bien que quería hacer, que pretendía, que era lo que realmente estaba haciendo… toda esa peregrinación de sentimientos  e ideas  como ciervos asustados me acompañaron hacia un lugar desconocido y nuevo. Todo era borroso en mi cabeza, pero aun así, quería contarlo todo.

Estuve perdido mucho tiempo, caminé con un mapa en la mano, pero era un mapa ajeno e incorrecto. Tuve que tirarlo y hacer el mío propio, tejerlo palabra a palabra como si fuese un pulóver que después podría ponerme yo o cualquier otra persona, cualquiera que lo necesite.

Después de un tiempo todo va mucho mejor. Vivo intermitentemente en el bosque y en la ciudad,  me hice amigos de los osos y poco a poco me están revelando sus secretos. Ahora empuño mi Bic y puedo escribir desde la supuesta nada. No tengo nada que envidiarle a Neal Cassidy ni a Thoreau, yo puedo ver belleza en una heladera, en un dinosaurio de goma o en siete mocos que juntos forman un moco mayor. Paso mis días sorprendiéndome con los días soleados y los días de lluvia, levantando puentes, limpiando caminos, cantando canciones que nunca sonarán en la radio, compartiendo la soledad con los nuevos amigos.